En México hay 28.4 millones de infancias y adolescencias de 5 a 17 años en 2022, de las cuales el 13.1% estaban, por lo menos, en una condición de trabajo infantil.
La Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami) presentó al H. Consejo de Representantes, integrado por patrones y sindicatos, el Informe Mensual sobre el Comportamiento de la Economía correspondiente al mes de abril, donde se incluyó un estudio sobre la caracterización y las causas del trabajo infantil en México.
Utilizando datos de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la Conasami informó que en México había 28.4 millones de infancias y adolescencias de 5 a 17 años en 2022, de las cuales el 13.1% estaban, por lo menos, en una condición de trabajo infantil. También había 17 millones de hogares de los cuales 1.9 (11.6%) tenían al menos una infancia o adolescencia en esta situación.
Los resultados indican que, en 2022, las adolescencias de 15 a 17 años tienen 15.9% más de probabilidad de estar en una situación de trabajo infantil respecto a las infancias de 5 a 9 años. De la misma forma, que las infancias y adolescencias asistan a la escuela reduce 26.4% su probabilidad de encontrarse en una situación de trabajo infantil respecto a las que no asisten. Cuando la infancia o adolescencia se encuentra viviendo en una localidad urbana, su probabilidad de estar en una situación de trabajo infantil se reduce 7.0 por ciento.
Cuando se analiza a nivel hogar tenemos que si la persona jefa del hogar está ocupada, eso reduce la probabilidad de estar en una situación de trabajo infantil en 3.6%. Si esta jefatura la lleva una mujer, la probabilidad de estar en una situación de trabajo infantil aumenta 0.8% 2 .
Por otra parte, si la persona jefa del hogar tiene primaria incompleta (donde se incluyen a las personas que no tienen instrucción alguna) la probabilidad es 7.3% más que en el caso de tener universidad o más.
Finalmente, tenemos que si el hogar presentó un problema que impactara en sus ingresos en los últimos 3 años, las probabilidades de la inserción de una infancia o adolescencia en el mercado laboral son altas. Tal es el caso del problema de disminución de precios en los productos agrícolas (26.4% de probabilidad), pérdida de cultivos por plagas (21.1%) e inundaciones o exceso de lluvia (15.8%), lo que reafirma que el trabajo infantil esté concentrado en el sector agropecuario y en las actividades de este sector, siendo muy probable que las infancias y adolescencias en estas actividades apoyan sin remuneración a sus familiares que trabajan por cuenta propia. Es prioritario revisar la situación del campo mexicano, para reducir o, en su caso, vigilar este tipo de prácticas.
Fecha: 30 de abril de 2024
Vía: María del Pilar Martínez/ El Economista https://www.eleconomista.com.mx/economia/Asistir-a-la-escuela-reduce-26-la-probabilidad-del-trabajo-infantil-y-adolescente-Conasami-20240430-0037.html
En Puebla, se planteó una reforma para castigar hasta con 6 años de prisión la explotación laboral en infantes y grupos vulnerables, explicó la diputada Aurora Sierra Rodríguez.
De acuerdo con la diputada del PAN, se busca modificar el artículo 304 del Código Penal de Puebla para aplicar penas de 2 a 6 años de cárcel por estos delitos.
En sesión, Aurora Sierra destacó que el tema de la explotación laboral es un problema creciente no solo en Puebla, sino en todo el país.
El trabajo infantil es un fenómeno que abarca numerosos sectores de la población, observándose tanto en economías desarrolladas como aquellas en desarrollo.
En todo el mundo sigue habiendo infantes que realizan algún tipo de trabajo poniendo en riesgo su desarrollo normal e incluso su propia vida, perjudicando su educación y su salud; es decir, enfrentan una serie de peligros al incorporarse a actividades no propias de su edad.
Puebla tiene la segunda tasa más alta en el país, con 18.3 por ciento de la población de menores entre 5 y 11 años.
“Luego, cuando estás en la maquila sientes feo porque son cuatro paredes, luego no pasa el aire”, dice Adán, tenía 13 años y trabajaba en una maquila en Ajalpan en el 2016.
Su testimonio es parte de la tesis de una maestría de Trabajo Social Esclavitud de la Infancia en México: El Caso de los Niños y Niñas Indígenas Explotados Laboralmente en las Maquiladores del Vestido en el municipio, elaborada por Joaquín Cortéz Díaz.
En la investigación relata como hay niñas desde los 11 años que fungen como costureras, quienes han abandonado sus estudios o estudian por la mañana y trabajan en la noche para trabajar en los talleres de la región, orillados por la situación económica en sus hogares.
Por lo regular, los menores son escondidos cuando hay auditorías o revisiones por parte de autoridades.
Las cifras más recientes sobre el tema indican que las cosas no han cambiado tanto en los últimos años. Puebla tiene la segunda tasa más alta de trabajo infantil en el país, con 18.3 por ciento de la población de menores de entre 5 y 11 años de edad que laboran por debajo de Oaxaca, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil 2019.
También ocupa el segundo lugar con 12.6 por ciento de tasa de ocupación no permitida, es decir, que llevan a cabo actividades económicas que no están permitidos por la ley, que ponen en riesgo su salud o que afectan su desarrollo físico y/o mental.
De igual forma, la entidad se colocó en el segundo sitio a nivel nacional con 12.1 por ciento de menores de entre 5 y 17 años que están en ocupaciones peligrosas como construcción, minas, el sector agropecuario, bares, cantinas, entre otros.
Puebla es el cuarto lugar con 7.4 por ciento de menores de entre 5 y 17 años que hacen quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas, como horarios prolongados, en medios insalubres o en lugares peligrosos.
Los matrimonios infantiles y los embarazos a causa de la violencia sexual no están disociados del trabajo infantil. El tema lo sacó a colación una niña en un encuentro organizado por la CTM. “Las niñas no se embarazan solas, ¡son violadas!”, les dijo a las personas adultas.
En un viejo edificio grisáceo que alberga a una de las centrales obreras más grandes del país se habló de trabajo infantil. Mencionaron la pobreza, el adultocentrismo, los consultorios del doctor Simi, las disidencias sexuales, el campo y la ciudad, los matrimonios infantiles forzados, los profesores regañones, la preocupación que se tiene por los papás y las mamás. Todo esto lo dijeron las niñas, niños y adolescentes.
México es el segundo país del continente con mayores cifras de trabajo infantil, el primero es Brasil. Las últimas cuentas dieron como resultado más de 3.3 millones de niñas, niños y adolescentes en alguna labor económica. De esa población, 2 millones de menores realizaban trabajos peligrosos o no permitidos para su edad, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“¿Quién entiende mejor las problemáticas que vivimos que nosotros y nosotras mismas? Se proponen y aprueban proyectos sin preguntarnos cómo nos sentimos”, les dijo a las personas adultas Valeria Sofía Carbajal, de 11 años de edad. Además, “es totalmente diferente hablar de una niña o niño que vive en una zona urbana a alguien que vive en una zona rural, de un niño inmigrante, de niñas con discapacidad o disidencias sexuales”.
En la sede de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), un enorme inmueble como lo fue su poder político de la mano del PRI, se llevó a cabo el encuentro “Nuestras voces cuentan”, a propósito del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, que se conmemora cada 12 de junio. Al evento acudieron hijas e hijos de cetemistas.
Carlos Aceves del Olmo, secretario general del Comité Nacional de la CTM y senador del PRI, estuvo en el presídium, pero no pronunció discurso. También la secretaria del Trabajo y Previsión Social, Luisa María Alcalde Luján, y el director de la Oficina de País de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para México y Cuba, Pedro Américo Furtado, entre otros.
Salarios muy mínimos generaron trabajo infantil
“¡Viva nuestro jefe Carlos Aceves!”, el grito de un hombre en el auditorio, apenas entró el senador, dio inicio a los fervorosos aplausos de las trabajadoras y los trabajadores. Sus hijas e hijos copiaban los aplausos u ondeaban las banderitas que les habían dado con el logo de la CTM.
Casi al finalizar el evento un niño le preguntó a la secretaria Luisa María Alcalde cuál es la propuesta del gobierno para eliminar la desigualdad entre las infancias. “Estamos en la consolidación de un nuevo proyecto de nación”, comenzó respondiéndole ella.
En México se generaron enormes desigualdades por una política económica equivocada, le dijo y luego le explicó más: esa política “apostó a que iban a llegar las inversiones, los dólares y las oportunidades de empleo, pero que a cambio de ello íbamos a ofertar salarios muy, pero muy bajos”.
Por más de 35 años los salarios mínimos no tuvieron incrementos reales, entonces las personas que menos ganaban perdieron el 75% del valor adquisitivo de esos ingresos, continuó.
“Unas pocas empresas concentraban la riqueza, pero la enorme mayoría de los trabajadores se fue quedando ni siquiera con lo indispensable. Esa lógica de país nos ha llevado a ser uno de los más desiguales del mundo”. Pero desde 2019, el salario mínimo se ha duplicado.
La pobreza que generó esa política salarial en los papás y mamás orilló a que muchas niñas y niños tuvieran que salir a trabajar para ayudar a sus familias. “Por eso los sindicatos son tan importantes, porque la defensa de los derechos de los trabajadores tiene que estar presente y se olvidó en nuestro país”.
Gobernantes corruptos que se “hicieron multimillonarios” con el dinero público es otra razón, dijo la funcionaria federal. En lugar de invertirse en escuelas, hospitales. “Nuestra propuesta es acabar con la corrupción” y destinar los recursos “a un mínimo de bienestar”.
Tengo IMSS, pero voy al Simi
—¿Dónde está Valeria Sofía Carbajal? Ah, mira, por acá viene. Ya casi es una señorita, qué bonita, muy bien— dijo el presentador cuando llamó y vio acercarse a la niña de 11 años. Cada que una adolescente tomaba la palabra esos eran sus comentarios.
“Exigimos respeto y atención”, dijo ella. Las niñas y las adolescentes enfrentamos mayor exclusión en los ámbitos social, económico y cultural que los varones, agregó. A pesar de tener todos los derechos de las mujeres, “estamos en una situación particular debido a la edad”, los matrimonios infantiles y uniones forzadas son un grave problema cuya consecuencia puede ser un embarazo forzado a causa de la violencia sexual y, luego, el trabajo infantil.
“Las niñas no se embarazan solas, ¡son violadas! y es muy importante visibilizarlo. En México hay 8,507 nacimientos al año” cuyas madres son niñas menores de 15 años, dijo contundente antes de terminar su participación en el encuentro. “Es muy expresiva, muy bien la chiquitina”, la despidió el presentador.
“Tengo IMSS, pero voy más veces al doctor Simi; voy a la escuela, pero debo pagar el internet (…) quiero que todos los niños seamos lo más importante para el país, principalmente en educación, salud y seguridad para ser niños sanos, felices y preparados para los retos de la adultez”, dijo Osiel Soto Gutiérrez, de 8 años de edad.
“Existe un vínculo indisociable entre la protección social de las familias y los derechos de niños, niñas y adolescentes a estar libres de trabajo infantil”, señaló la OIT el pasado 12 de junio. Sin embargo, “solamente el 26.4 % de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo, y el 41.5 % en América Latina y el Caribe” cuentan con ella.
Pedro Américo Furtado les explicó a las niñas, niños y adolescentes presentes que la OIT es una organización que defiende el diálogo y promueve la negociación colectiva. Cuando de manera colectiva, “con sus primos, hermanos o amigos, le plantean una petición a sus papás capaz que tienen mejores resultados”. Eso hace la OIT, que los diálogos se lleven a cabo de la mejor manera.
“Espero que ninguno de ustedes haya tenido que trabajar para mantenerse o ayudar a su familia. Si es así, como sociedad fallamos”, les dijo. A pesar de “tanto desempleo de mamás y papás” no se puede permitir que la carga de sostener a la familia se deposite “en los hombros de ustedes. Es muy pesada”.
“México es un país pionero que ha hecho un montón” para que menos niñas, niños y adolescentes no trabajen, pero la pandemia bajó el ritmo que se tenía. Como sea, “nunca debemos resignarnos al trabajo infantil”, concluyo.
La titular de la STPS instó a que, desde las diferentes trincheras, “todos podamos erradicar el trabajo infantil en nuestro país y el mundo”.
“Nos queda poco tiempo al frente del gobierno, pero eso no significa que no podamos seguir a paso firme para avanzar y construir en el país una vida digna, un trabajo digno”, manifestó la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, durante su participación en el encuentro “Nuestra voz cuenta”, visión de las niñas y los niños, hijos de trabajadoras y trabajadores, que organizó la CTM en el marco del Día Internacional contra el Trabajo Infantil.
Ante los sentires, sueños, ambiciones y reclamos de niñas, niños y adolescentes de Puebla, Tamaulipas y el Estado de México, reunidos en el auditorio “Fernando Amilpa”, la titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) instó a que, desde las diferentes trincheras, “todos podamos erradicar el trabajo infantil en nuestro país y el mundo”.
Sostuvo: “No creo que ninguna niña y ningún niño trabaje por gusto. Es la necesidad y quizás la más importante causa de que exista el trabajo infantil es la pobreza. Y no nada más de aquellos que no tienen nada sino de los bajos salarios”.
“O que el papá y la mamá trabajen pero ganan muy poco. Y los niños tienen que ayudar, apoyar y no solo en el campo sino en las ciudades. Y vemos niños trabajando en la calle y ya nos resulta normal”.
“No queremos que ningún niño o niña tenga que trabajar. Queremos que tengan un espacio para ser felices, para que estudien, que no tengan que dejar la escuela”, manifestó
Sobre las acciones del gobierno, mencionó dos cosas fundamentales que abonan a reducir no lo suficiente, pero sí de manera significativa esta realidad: son becas educativas con las que las niñas y los niños más pobres tienen garantizado un ingreso o no tienen que salir de la escuela.
Consideró importante esta iniciativa de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y de su líder, Carlos Aceves del Olmo, en la dignificación del salario. “Lo más importante que hemos logrado en estos tres y medio años es avanzar en la dignificación del salario”.
Afirmó: “Hemos avanzado, pero no lo suficiente; pero con paso firme en que los papás de ustedes puedan cada vez tener mayores ingresos, que haya más dinero para la familia. Y por eso nos da mucho gusto desde la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, poder colaborar en conjunto en abrir estos espacios”.
Y dijo a los secretarios generales adjuntos de la CTM presentes Fernando Salgado, Tereso Medina y Gerardo Cortés y Carlos Aceves: “Cuentan con el gobierno de México en aras de desterrar de nuestro país que las niñas y niños estén en las calles, en el campo y tengan que trabajar. Los niños tienen que ser felices, desarrollarse y estudiar, hacer amigos y para conocer otras realidades”.
DISFRUTEN DEL PLACER DE LA INFANCIA
En su oportunidad, el director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para México y Cuba, Pedro Américo Furtado de Oliveira, agradeció las y los niños, niñas y adolescentes su presencia en este evento.
Reconoció las acciones de México para que nadie trabaje por debajo de la edad permitida. “México ha demostrado que es posible y ha hecho un montón de esfuerzos para garantizar sus derechos y que disfruten del placer de la infancia”, dijo a los presentes.
Y precisó: “Sí bien estamos lejos de la meta para cubrir ese derecho, nunca podemos resignarnos al trabajo infantil. No podemos descansar hasta que esto no ocurra”.
“La voz de los niños cuenta y cuenta muchísimo”, puntualizó.
Y esas voces se escucharon. Como la de Ulises Varela García, quien dijo:”Vemos con tristeza a los niños que trabajan en la calle. Confío en que ustedes puedan hacer algo por ellos”.
Osiel Soto González con apenas 8 años, habló de la emoción que lo embargó cuando su mamá le dijo que sí quería participar en este evento. “Me emocioné con el tema: los derechos de la infancia y de vivir en familia. También entendí de que mi primo sufre discriminación por su sobrepeso y yo por usar lentes”.
Lamentó tanta violencia. “La encuentras hasta en las canciones”. Y luego a guisa de colofón soltó: “Voy a la escuela, pero tengo que pagar el internet”.
Valeria Sofía García se refirió “a la problemática que vivimos. Sí no tienes 18 años, eres invisibilizado, no tienes voz ni voto y te marginan. Tenemos muchas necesidades y nadie nos pregunta cómo nos sentimos».
Luego se refirió a la violencia contra niñas y adolescentes, a los embarazos por violencia sexual. “Hay 8 mil 500 nacimientos anuales de menores de 15 años. Y parece que la violencia contra las mujeres es normal”, señaló.
Y en cuanto al trabajo infantil dijo que en México es el segundo a nivel mundial, solo después de la India donde 3.3 millones de niñas, niños y adolescentes trabajan.
De acuerdo con un informe elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en México y Centroamérica hay un total de 3.3 millones de niños, niñas y adolescentes que se encuentran en situación de trabajo infantil.
Sin detallar las cifras correspondientes para México y para los países de Centroamérica, en el reporte se agrega que de los menores trabajadores, 63 por ciento tiene menos de 15 años.
Del total de la población de entre 5 y 17 años de la región, 7.9 por ciento trabaja en alguna actividad, y el 5.2 por ciento realiza trabajos peligrosos, se indica en el documento “Erradicar el trabajo infantil para 2025 en Centroamérica y México: El desafío de alcanzar la meta 8.7”, emitido por la oficina de la OIT para América Central.
“Si bien hemos visto avances en la región, estamos todavía demasiado lejos de alcanzar la meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que plantea llegar al año 2025 sin trabajo infantil. Intensificar la acción es apremiante e inaplazable”, señaló Noortje Denkers, especialista en Migración laboral y derechos fundamentales para la Oficina de la OIT en América Central, Haití, Panamá y República Dominicana.
Expuso, además, que las respuestas ante estas cifras deben ser inmediatas, intensificadas, con mirada de género, y multisectorial.
En tanto, en otro informe de la OIT elaborado en conjunto con la UNICEF se alertada de “una importante brecha en la cobertura de la protección social, dado que solamente el 26,4 por ciento de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo, y el 41,5 por ciento en América Latina y el Caribe, accede a una cobertura efectiva de protección social”.
Frente a ello, el organismo considera que es responsabilidad de los gobiernos desplegar una serie de medidas para promover que la protección social llegue tanto a los hogares donde hay trabajo infantil como a aquellos que son vulnerables a esta problemática.
Para lograrlo pondera la importancia de generar estadísticas y analizar los datos de los hogares y el grado de cumplimiento de sus derechos; contar con registros sobre familias vulnerables; implementar el Modelo de Identificación del Riesgo de Trabajo Infantil, y reconocer la lucha contra el trabajo infantil dentro de las prioridades nacionales, entre otras acciones.
El trabajo infantil agrícola es un fenómeno que avanza de generación en generación. Sinaloa es uno de los estados que vive esta realidad; los rostros y las historias la dan color a la ardua cosecha y a los días entre los campos.
Culiacán, Sin. Aquí, entre los surcos del campo, donde el sol no deja que nada ni nadie se esconda, todas son niñas y niños. Hay quienes se han convertido en abuelas, padres, madres: “Empecé a trabajar a los 10 años”, “desde chiquilla, a los 11”, “uy, fue hace mucho, parece que tenía 7”. Sólo un pequeño grupo sigue de verdad en la infancia: “Tengo 9 años”, “no sé, creo 6”, “¡mañana cumplo 10!”.La temporada de corte está terminando, pero mientras queden chiles en las matas y verduras en la tierra habrá familias jornaleras. En unos días volverán a casa en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Hidalgo y San Luis Potosí. O migrarán a los campos de Michoacán, Zacatecas o Aguascalientes, o al norte, a Chihuahua, Baja California o Estados Unidos.
“¿Tú también viajas siempre, como yo?”, pregunta Macaria Hernández, una niña jornalera de 8 años. En la diáspora eterna, en el tiempo entre carreteras y campos agrícolas, las niñas y los niños se convierten en adolescentes que forman sus propias familias. Sin escuelas, sin un sistema escolar acorde a su vida nómada, sin ingresos justos para sus padres y madres, sin lazos en su comunidad de origen ni las de destino, lo que queda es tenerse entre sí.
Sentada en el patio de lo que fue una cantina y por esta temporada de cosecha es su casa, Eugenia Acosta recuerda su infancia en el campo, trabajando y jugando. Otra memoria de esos paisajes tiene que ver con el nacimiento de una de sus hijas.
“Andaba en Ensenada, Baja California, cuando empecé con los dolores”. Estaba cosechando cebollas y de pronto sintió que, así como ella las arrancaba de la tierra, algo en su vientre se desenraizaba lastimosamente. Tuvo un parto prematuro de seis meses, fue hace 13 años y desde entonces, cada año, la niña migra con la familia, pero ya no quiere estudiar, dice su mamá.
“Se me hace difícil porque a veces no entiendo y se me olvida”, cuenta ella misma. Sonia Pineda tiene el cabello largo y trenzado, está por pasar de la pubertad a la adolescencia, espera ansiosa ese ese momento. Cuando tenga “unos 17” se cortará el cabello y se irá a trabajar al campo con su familia.
En un campo, cerca de la mar, el pequeño César Pérez carga una cubeta con 10 kilos de chiles, es el mismo número de años que tiene. “Sí pesa, pero yo puedo”, dice. Al terminar el día, a su familia le pagarán 15 pesos por cada cubeta que llenaron, pero en los tianguis o en los mercados de la Ciudad de México el kilo de chile se venderá a 40 pesos.
Jueves Santo
Enganchados en el proceso
El viacrucis comienza en Villa Juárez, municipio de Navolato. A las cinco de la mañana la plaza central hierve de familias que buscan ser contratadas o necesitan transporte, llevan a sus hijas e hijos de diferentes edades. Camionetas de redilas y viejos autobuses las llevarán a uno de los 11 campos de los alrededores. Después de las siete de la mañana ya sólo quedan las personas sintecho.
En las nuevas colonias no hay drenaje, pavimentación, ni luz eléctrica. La urbanización sin desarrollo económico equitativo, ni oportunidades educativas y la inseguridad le están sumando problemas a la comunidad jornalera migrante que se ha quedado a vivir en esta localidad.
“Hace poco un jovencito fue rescatado de los malos”, cuenta la encargada de un programa de apoyo a esa población. Jóvenes y adolescentes jornaleros son enganchados para la venta de droga aquí y en sus lugares de origen, explica.
En febrero, el Congreso reformó la Ley Federal del Trabajo para permitir que adolescentes mayores de 15 años laboren en el campo. Uno de los argumentos fue que ante la falta de empleo, aceptan las ofertas del crimen organizado. Pero no siempre funciona así, pues son enganchados en su actividad laboral.
En Villa Juárez “hay tráfico de armas, violaciones, narcomenudeo, abuso de menores” y feminicidios debido a un grupo del crimen organizado, dijo en enero el coordinador del Consejo Estatal de Seguridad Pública, Enrique Calderón. Se suben a los camiones que transportar a las familias jornaleras para enganchar a adolescentes, dijo.
Lo que vale su vida
“Ya quiere aparecer el calorcito”, dice Juanito Triqui. Los 38 grados de temperatura a la sombra le hacen sospechar eso. Su nombre es Juan López García y es el líder del Movimiento Unificador de Lucha Triqui (MULT) en Villa Juárez.
Llegó a Sinaloa con su familia hace cuatro décadas de San Juan Copala, Oaxaca, un pueblo triqui de población desplazada por conflictos políticos, económicos y sociales. Luego de varios años migrando, él se quedó en Villa Juárez.
Tenía 8 años cuando comenzó a trabajar. Un día, en Ensenada, por algún motivo que no recuerda se quedó en casa y por eso se salvó de ir en un camión que transportaba a los jornaleros y que volcó. Murieron todos, entre ellos, su padre.
La empresa les quería indemnizar con 200 pesos. “Eso es lo que valía la vida de un jornalero”, dice indignado. “Fue la primera vez que la gente protestó y marchamos para exigir una compensación justa”. Esa lucha sembró en él una semilla.
Por años siguió siendo un niño trabajador y pronto, sin detenerse en la adolescencia, se convirtió en adulto. Hace tiempo que dejó los campos para dedicarse a la defensa de los derechos de personas jornaleras.
Juanito Triqui, líder del Movimiento Unificador de Lucha Triqui.
Emilia no existe
“Los jornaleros no tienen prestaciones, no crean antigüedad, ganan muy poco, dan su vida a cambio de casi nada. Sólo pedimos nuestros derechos”, dice Juanito Triqui.
“Me preocupan más quienes vienen de San Luis Potosí e Hidalgo, porque los contratistas les pagan hasta terminar el trabajo, a los tres o cuatro meses”. En tanto, “les prestan” dinero y les fían productos de su tienda, como en los viejos tiempos porfiristas, pero que hoy podría ser catalogado como trabajo forzoso o trata de personas.
Las consecuencias de esas condiciones no sólo las asumen las personas adultas, también sus hijas e hijos. El acceso a servicios básicos como salud, alimentación y educación reducen las probabilidades de recurrir al trabajo infantil, señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En esta zona está presente la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que debería velar por los derechos de las familias jornaleras, el organismo señala tener un programa contra el trabajo infantil. “Yo nunca he visto a alguien del sindicato”, sostiene Rufino Bartolo, jornalero de 69 años. No obstante, cada semana le descuentan 2 pesos de cuota sindical. El hombre lleva 57 años laborando para las agrícolas en Sinaloa, desde que llegó de Oaxaca, a los 12 años.
Rufino ha ido a visitar a su amigo Juanito Triqui a su oficina. La oficina es un cuarto de ladrillos en medio de otros dos de madera, en los que habitan diferentes familias y con un patio de tierra.
Hace rato que Emilia Laureano y su hijo esperan a Juanito. En el rostro de la mujer están calcadas las zanjas de los campos en los que trabaja desde niña y la hacen lucir como de unos 60 años. Ella calcula tener 50.
Emilia y su hijo están sentados afuera de la oficina, pero no existen, no jurídicamente. No tienen acta de nacimiento y ella no sabe cuándo nacieron, no pudo registrar a su hijo, por lo que nunca fue a la escuela y desde niño trabaja en las empresas agrícolas. Recuerda que lo tuvo hace 20 años, en un campo de esta entidad, ella es de Guerrero. Ha venido con Juanito Triqui para que la ayude a existir.
Las escuelitas en WhatsApp
“Mi tesis de licenciatura es sobre la escolaridad de niños jornaleros”, cuenta una joven cuya identidad es mejor reservar. “Sólo si las empresas piden un maestro, las autoridades educativas lo envían. Además, las compañías deben construir un aula”.
Para conocer el sistema, ingresó al Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), “porque los maestros que mandan a esas escuelitas son de ahí”. Comenzó a dar clases en la pandemia, les mandaba las lecciones y tareas por WhatsApp y les visitaba cuando estaban en casa.
“Los papás no tienen con quién dejarlos y con el cierre de las escuelitas, peor. Por eso se los llevan”, sin un sistema nacional de cuidados que se observa más lejano para las familias indígenas y rurales, hay pocas o nulas opciones. Desde abril y mayo las familias regresaron a sus pueblos, pues ya no hay trabajo, pero el ciclo escolar no ha concluido.
Las autoridades educativas les expiden un comprobante para que puedan retomar las clases en su lugar de origen o destino. Pero la constante movilidad les impide estar al corriente y llegan a un grupo que ha avanzado más y que se ha vinculado. “Los niños dicen que no quieren estudiar, pero es porque se siente muy mal de no aprender igual o no tener amigos”, dice la profesora.
En la sede de la sindicatura de Villa Juárez hay un pizarrón donde están anotados los “Problemas urgentes”: espacio en los panteones, bacheo, entrega de despensas, pero no hay nada sobre familias jornaleras, escuelas o seguridad.
Viernes Santo
Gil, el salvador
A 20 kilómetros de Mazatlán está Villa Unión, la principal sindicatura de ese municipio. Y desde el estacionamiento de la tienda Ley se dispersan las familias jornaleras a los campos agrícolas. Por las mañanas, también a eso de las 5, se observa el “mercado de gente”, como lo llama don Feliciano Hernández, jornalero de 78 años, de Tonayan, Guerrero.
“Disculpe, ya me vine al trabajo. El patrón me llamó en la madrugada para que le trajera a la gente y no podré ir por usted. Pero…”, la llamada de Feliciano se corta.
¿Cómo llegar hasta el sembradío? Desde el centro de Villa Unión son más de 30 kilómetros al sur, no hay transporte público y el aliento caliente del sol ya cubre todos los caminos. El pollo loco, una fonda a pie de carretera, parece ser el oasis para detenerse a pensar cómo resolver el problema.
¿Gil? Un joven saluda, pero el paliacate que lleva a modo de cubrebocas y la gorra borran un poco su identidad. Se acerca, sí, ¡es Gilberto Martínez! Tiene 21 años y hace dos horas su esposa dio a luz a su tercer hijo. La muchacha de 19 años comenzó con las contracciones cuando estaban llegando al campo.
“Me la traje luego luego a la clínica”, dice Gil. Por eso está en El pollo loco, porque fue a comprar algo de almorzar para sus suegros. “Ellos se quedan al pendiente porque yo tengo que regresar al campo. Vamos”.
Gilberto empezó a trabajar como jornalero a los 8 o 9 años, no recuerda bien. Su papá “comenzó más pequeñito y sigue trabajando”, su mamá fue una niña jornalera y ahora es una abuela jornalera. Esta familia, de más de 30 integrantes también proviene de Guerrero.
“Todos están allá en las parcelas, los niños también. Es peligroso que se queden en la casa, hace dos meses se metieron a los cuartos de unas familias de Oaxaca, les quitaron todo y golpearon a las mujeres, quién sabe qué tanta cosa les hicieron”.
En Villa Unión, donde rentan temporalmente, no hay guarderías para familias jornaleras. Hay escuelas para las niñas y los niños más grandes, pero al salir se quedarían sin el cuidado de una persona adulta porque sus mamás y papás están en los campos casi todo el día.
Mientras conduce por las calles, Gil va cauto, mirando a todos lados. Los agentes de tránsito les quitaron 5,000 pesos hace una semana. “Nos pedían 15,000 (pesos) porque las placas de la camioneta son de Guerrero y porque llevamos a la gente a los campos”. Gente que es su propia familia.
Por fin logra salir del centro. Del lado izquierdo de la carretera la vista se divide en dos: el cielo y los cultivos, ni uno ni otro parecen tener fin. Del lado derecho, a lo lejos, la mar le pone un límite a la tierra. De pronto, un caserón interrumpe el paisaje. “¿Y eso, de quién es?”. De los malos, responde.
“¡Papá!”, un niño corre descalzo directo a las piernas de Gilberto y se abraza a ellas con toda la fuerza que le dan sus tres años. Sus primos, primas y hermanos andan jugando por ahí. En este campo se cosecha chile y su venta será para el mercado mexicano.
Entre las matas se asoman cabezas agachadas con gorras o sombreros, todos los rostros tienen paliacates. Para distinguirse, las mujeres usan una faldita de licra que ellas confeccionan, se la ponen sobre el pantalón o el mallón. “También es para cubrirnos cuando andamos agachadas”, explica sonrojada una señora.
“Y por si nos manchamos”, dice bajito una adolescente. Tiene 14 años y ganas de platicar mientras no deja de seleccionar y cortar los chiles sin guantes. No hay baños, “vamos lejos, al monte, pero rapidito para no perder el tiempo”. Tampoco hay agua ni jabón para lavarse las manos, “en ‘esos días’ así nos tenemos que cambiar el cuadro (toalla sanitaria) o nos aguantamos hasta llegar a la casa”.
Las niñas, niños y bebés juegan o duermen, van con sus mamás, abrazan a un papá que no es el suyo, se chiquean con una mamá ajena o con la abuela de alguien más. Pero están bajo condiciones climáticas extremas.
“Si los dejamos en la casa, no podríamos con la preocupación de no saber cómo están”, explica una mamá de 17 años. Su beba está recostada sobre un petate, rodeada de su pañalera y unas cobijas, protegida del sol con una sombrilla de playa.
“Parece que hay guardería en El Walamo, pero no alcanza para todos. Además, en otro campo donde anduvimos había una, pero no los cuidan. A una señora la tiraron a su niño y luego la criatura no quedó bien. No les ponen cuidado, a lo mejor porque somos pobres”.
En unas semanas, la esposa de Gil, Martha Hernández, volverá a trabajar con su bebé en la espalda, sostenido por el reboso. Probablemente aquí crecerá el niño, como sus hermanos, como su familia.
Sábado Santo
“¿Has oído hablar del diablillo, conoces su picadura? Yo no lo creía, hasta que me pasó, en el campo, trabajando”, dice Cecilia Abasolo con una mirada que no te deja escapar, cambiando abruptamente de tema y esperando respuesta. “Sientes que te arde la piel y si no te curas, sientes que ardes toda hasta que te mueres”.
Más allá del patio fresco donde estamos, el sol parece ser ese diablo. Es El Rosario, a 75 kilómetros al sur de Mazatlán y a más de 1,500 kilómetros de Oaxaca, de donde vienen.
Elías Santiago, el esposo de Cecilia, lidera a varias familias. En cada grupo familiar extendido hay alguien que lo hace, casi siempre es un hombre. “Comencé como a los 9 años, con mi apá. El patrón me decía que me pusiera abusado, porque un día yo iba a ser el capataz”. Desde niño ha trabajado en campos de verduras asiáticas, que son exportadas a Estados Unidos para la comunidad china en ese país.
Hace menos de 10 años, en la primera empresa en la que trabajó, los patrones, de origen chino, mandaron construir un salón de clases para las niñas y los niños, les daban los útiles y se coordinaban con las autoridades educativas para que siempre hubiera maestra o maestro.
Todo iba bien, pero les aumentaron el trabajo con la misma paga. A veces la recolección era a cielo abierto y otras, dentro de los invernaderos, que “es como estar en el infierno”. La gente le pidió a Elías buscar otro lugar.
La agrícola donde trabajan ahora también es de “verduras chinas”, pak choi, principalmente, una especie de lechuga que crece a ras de la tierra, así que en la época de corte todo el tiempo están agachados y agachadas.
Como esta compañía también exporta, no permite a niños, niñas o adolescentes en la granja. Pero no les provee de escuela. Cuatro niños de este grupo de cinco familias estudian la primaria. La maestra de un pueblo que queda a 1 kilómetro de El Rosario pasa por ellos en su auto y los regresa por la tarde. Sonia, la niña de la trenza larga, va a veces a la secundaria, pero no se siente a gusto.
Las mamás que están sentadas en ese patio explican: “En la escuela, los compañeros les dicen a nuestros hijos que se vayan a su pueblo, o que los jornaleros deben tener su propia escuela”.
Las empresas exportadoras proporcionan a las familias migrantes un lugar donde vivir. Pero a estas familias las enviaron a una cantina en desuso que sólo tiene dos cuartos, así que tuvieron que dividir el corredor con plásticos negros para hacer recámaras.
Elías se irá pronto a Estados Unidos, el dueño de la empresa también tiene campos en ese país y cada año se lleva a una cuadrilla de hombres bajo el programa H2A.
“Allá se gana más, pero a nosotras no nos contratan, a puros hombres. Aunque acá bien que nos ocupan”, reprocha Cecilia. Cuando Elías se vaya, ella quedará a cargo de las familias, coordinará el regreso a Oaxaca y, en unos meses, el regreso a Sinaloa.
Por suerte, la curandera la curó del piquete del diablillo.
Domingo de resurrección
El albergue que no sirve
En Teacapan, municipio de Escuinapa, termina Sinaloa y comienza Nayarit, ahí hay un albergue para familias jornaleras. Está a 140 kilómetros al sur de Mazatlán, a unas dos horas de distancia, o cuatro si te toca viajar en “El Racing”. Para llegar hasta allá, primero hay que viajar al centro de Escuinapa y luego tomar otro autobús.
En la espera del transporte hay tiempo de tomar un café. La dueña de la cafetería fue cocinera en Estados Unidos por 10 años, antes de ser deportada, le cuenta al hombre que toma su desayuno.
Por fin llega el autobús que va para Isla de Bosque y Teacapan. El automóvil desvencijado tiene su nombre escrito en el tablero: El Racing. Pero apenas agarra carretera, una bicicleta nos rebasa.
Después de la marcha más lenta del mundo, estamos en Teacapan. “Quién sabe dónde quedará exactamente el albergue, camine sobre la carretera, por ahí aparecerá”, informa un lugareño.
“A ver, Ceballos, traiga la camioneta”. El comandante de la policía de Teacapan le ordena a Dimas Ceballos, pescador, agricultor, pequeño empresario, bombero y voluntario de seguridad, mostrar las cercanías del albergue. Esto no parece seguro. En México, casi en cualquier parte, los cuerpos policiacos nunca parecen seguros, mucho menos para las mujeres.
Pero Ceballos y la camioneta ya están aquí. “Adelante, adelante”, ordena el policía. Es hora de enviar ubicación en tiempo real, mensajes y fotos. “Los días buenos fueron jueves y viernes, viene mucha gente a las playas, se pone bonito, ¿verdad? Pero es más trabajo, porque hay que cuidar la seguridad, ¿verdad?”, platica Ceballos.
“Mire, ahí está el albergue”. Se encuentra cerrado. Su construcción concluyó en 2020 con una inversión de más de 17 millones de pesos, pero nunca se ocupó “porque se inunda”.
Pasan de las 4 de la tarde, el último camión a Mazatlán, desde Escuinapa, sale a las 9 de la noche, pero en Isla de Bosque nos esperan Luisa Cundapí y sus niñas.
Los viajes de Miriam
—Si se apareciera un hada, le pediría que fuéramos felices.
—Y cómo sería ser felices?
—Sin problemas, sin peleas ni gritos, con una mesa y comida —explica la niña.
Miriam es la segunda hija de Luisa Cundapí, una mujer de 31 años, originaria de Chiapas. Tiene un hermano mayor, de 14 años. Ella tiene 9 y sus hermanitas, 8 y 6 años. Su casa en esta temporada de corte es un cuarto de tres por tres metros, ahí viven las cinco. No alcanzaron espacio en el albergue de Isla de Bosque que sí funciona.
“Me gusta ir al campo porque allá no me aburro, orita andamos cortando chiles”, dice, sentada sobre la cobija que en las noches es su colchón. Las arpillas (costales) que llena se las pagan a su mamá al final de la semana a 45 pesos cada una. En el albergue hay escuela y de vez en cuando asiste, pero no le gusta ir.
Sus papás se separaron hace poco. Él formó otra familia, también jornalera, pero a veces va a verlas para dejarles 70 pesos para su manutención, en ocasiones hasta 200 pesos, y para pedirle a Luisa que lave su ropa o lo deje quedarse cuando está borracho.
Para este día, Luisa quería ofrecer un ceviche de camarón, típico de Sinaloa, pero perdió el dinero de “la raya”, como le llaman a su salario semanal. “No sé dónde traigo la cabeza, seguro se me cayó en la tienda”, se lamenta mientras calienta el pozole. Pidió prestada una banca de madera para que fuera la mesa y apenas cabe en el cuarto.
Todo lo que hay en esa casa son algunas cobijas, ropa y zapatos, los botes que usan para la cosecha, una parrilla y una pequeña despensa distribuida en bolsas de plástico que cuelgan de la pared. En el predio hay tres baños compartidos para todas las familias jornaleras que rentan ahí.
“Le digo a Miriam que vaya a la escuela, es por su bien, además no se puede quedar aquí sola. Una señora cuida niños, pero cobra 100 pesos el día, sería trabajar para ella”. Luisa está ahorrando para irse a Ensenada, una de sus hermanas trabaja en los campos de allá y en unos días partirán.
Entre Chiapas, Oaxaca —de donde es su papá—, Sinaloa y Baja California, Miriam prefiere Chiapas, porque allá está su familia. “Allá se oyen los pájaros, no se oyen gritos”.
La beba con covid
Son casi las 8 de la noche y Ramón Hernández, jornalero, quiere hablarnos y decirnos que el año pasado le dio covid-19 y que su beba, de 11 meses en ese entonces, también se contagió. La internaron en Culiacán, a 318 kilómetros de Isla de Bosque.
“Como que retrocedió, antes la poníamos en la andadera y ya se paraba”, dice angustiada Angelina Matías, su mamá. Pero ahora la beba de año y medio no puede ni sostener su cabeza. “Dice la huesera que seguro la lastimaron al cambiarla, pero a lo mejor quedó mal de la enfermedad”. En este mes la volverán a llevar a Culiacán para descartar o confirmar alguna secuela permanente. Ojalá sea lo primero, sumarle una discapacidad a la vida que enfrentará como hija de jornaleros es demasiado.
“Vamos a Escuinapa, le doy raite”, dice amable Ramón. En el camino cuenta que son de Chilapa, Guerrero. Pero cuatro años que no van, pues el crimen organizado extorsiona a las familias jornaleras, pensando que regresan con mucho dinero. Queman las casas si no les pagan la cuota, “o los matan”.
Pasan de las 9 de la noche, el último camión a Mazatlán acaba de irse. ¿Y ahora? “Buenas, ¿necesita algo? Yo estaba en la mañana en la cafetería”. Es el hombre que platicaba con la dueña, acerca de cuando la deportaron.
“Aquí ya no van a salir camiones, pero en el crucero de la carretera puede que pase uno. La llevo, ahí está mi taxi”. Las alertas internas se vuelven a encender, esto podría ser muy inseguro, pero ¿qué otras opciones hay?
En el crucero dos mujeres esperan a alguien, platican amables y sugieren opciones para resolver este problema. Casi a las 10 de la noche, a lo lejos, se asoman las luces de un autobús de pasajeros, en el letrero dice: “Hermosillo, Sonora”.
—Voy para Mazatlán.
—Sí, súbase, paso a la central de Mazatlán.
Suspiro.
Lunes de Pascua
Petra Flores casi llena el cuarto bote de chiles, cada uno pesa alrededor de 10 kilos. Cuando colma el último, agarra dos con cada mano y los levanta hasta su espalda para entregarlos a unos metros de ahí, donde un grupo de hombres y un niño de 10 años los seleccionan. Los intercambia por cuatro fichas, al final del día le darán 15 pesos por cada una.
Vuelve a la línea de chiles para seguir cortando y ya sólo carga los 10 kilos de su embarazo de 8 meses.
Tiene 16 años, es su primer bebé. “Desde niña ayudaba en lo que podía, pero empecé bien a trabajar como a los 11 o 12, por ahí”. Hace un mes que la reforma permite que adolescentes de más de 15 años laboren en el campo, pero ella estaba ahí antes de eso. La reforma legalizó lo que ya ocurría.
En este campo, cerca de La Guásima, a 60 kilómetros al sur de Mazatlán, hay varios niños y adolescentes trabajando. Aquí está el pequeño César Pérez, de 10 años, dándose tiempo para cargar un bote e ir a ver a su hermanito de tres años que juega debajo del camión que están llenado.
Los niños más pequeños, como él que tiene la estatura de un niño de 7 años, cargan sólo un bote, los más grandecitos hasta dos. De vez en cuando se detienen a tomar el agua que llevan en una garrafa de plástico y que seguramente estará caliente. La mayoría anda descalzo o con calcetines, les es más fácil andar así entre la arena, donde están los sembradíos.
Feliciano Hernández, el jornalero de 78 años con quien habíamos quedado el viernes, cuando Gil apareció al rescate, es uno de los que escogen los chiles. Una parte de la producción va para Estados Unidos, así que deben ir bien seleccionados, explica el dueño de la cosecha, un joven que nació en esta parte del sur de Sinaloa. Un niño de 9 años, con playera roja y gorra negra, trabaja a la par de Feliciano.
No utilizan químicos tóxicos porque, al llegar a Estados Unidos, “les hacen pruebas a los chiles y si detectan una de esas sustancias, va pa’trás”, explica el dueño. Por esa razón, más que por los jornaleros, no usan productos nocivos.
También está aquí Verónica Hernández, una de las nietas de Feliciano. Ya cumplió 13 años. El año pasado platicamos con ambos sobre su trabajo en el campo y ahora nos encontramos bajo este potente sol.
Hoy no les pagaron, hasta mañana. Pero hay algo nuevo y muy bueno en la familia de Feliciano: compraron un terreno que está cerca de la mar, donde construyeron una casa con cuatro habitaciones para más de una docena de integrantes. La cocina está afuera, tiene un fogón con un comal de barro muy grande para las tortillas y un molino para el maíz.
“Ya nos vamos a quedar aquí”, dice Feliciano, sentado en el patio luego de un día de trabajo de más de 8 horas. Las mujeres recogen la casa, preparan la cena, lavan la ropa, bañan a bebés, cocinan algo para mañana, adelantan tareas para no pararse a las 4 de la madrugada, sino a las 4:30.
Toda una vida de ir y venir desde Tonayan, Guerrero, hasta Sinaloa, y finalmente se asentarán. Verónica dice que le gusta aquí, “pero ya no voy a Acapulco”, lamenta. Al menos tendrá un lugar fijo para vivir gracias al trabajo de sus abuelas y abuelos, de su mamá y su papá, pero también a su propia labor como jornalera y los ingresos que generó. Falta resolver lo de la escuela, la salud y la alimentación, lo básico.
“Me dijeron que va a ser niña”, dice Petra Flores. “Siento un poquito de miedo, pero también es gusto. A lo mejor ella sí va a estudiar, yo no pude”, dice y levanta sus cuatro botes. “A lo mejor le sigue aquí, también es bonito trabajar”, agrega como para convencerse a sí misma.
Los delegados de la 5ª Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil piden que se actúe más para acabar con el trabajo infantil.
DURBAN (OIT Noticias) – La 5ª Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil se inauguró en Durban, Sudáfrica, con un enérgico llamado a la acción urgente para combatir el creciente número de niños que trabajan.
En su intervención al inicio de una semana de debates en Durban, Sudáfrica, y online, el Presidente Cyril Rhamaphosa pidió a los delegados que se comprometieran a tomar «acciones de gran alcance» para marcar la diferencia en la vida de los niños.
“Estamos aquí porque compartimos la convicción de que el trabajo infantil en todas sus facetas es un enemigo. El trabajo infantil es un enemigo del desarrollo de nuestros niños y un enemigo del progreso. Ninguna civilización, ningún país y ninguna economía pueden considerarse a la vanguardia del progreso si su éxito y su riqueza se han construido sobre las espaldas de los niños».
El Director General de la Organización Internacional del Trabajo, Guy Ryder, se hizo eco de este llamamiento.
“Algunos dicen que el trabajo infantil es una consecuencia inevitable de la pobreza, y que tenemos que aceptarlo. Pero esto es un error. Nunca podemos resignarnos al trabajo infantil. No tenemos que hacerlo. Es esencial abordar las causas profundas, como la pobreza de los hogares. Pero no nos equivoquemos, el trabajo infantil es una violación de un derecho humano básico, y nuestro objetivo debe ser que todos los niños, en todas partes, estén libres de él. No podemos descansar hasta que eso ocurra».
“Algunos dicen que el trabajo infantil es una consecuencia inevitable de la pobreza, y que tenemos que aceptarlo. Nunca podemos resignarnos al trabajo infantil.» Guy Ryder, Director General de la OIT
Ante la inminencia de la fecha límite de 2025 para la eliminación del trabajo infantil de la ONU, muchos oradores destacaron la necesidad urgente de recuperar los progresos realizados en muchas regiones antes de la pandemia de COVID-19 .
Las últimas cifras muestran que 160 millones de niños -casi 1 de cada 10 niños de todo el mundo- siguen trabajando. Las cifras están aumentando y la pandemia amenaza con revertir años de progreso. El trabajo infantil ha crecido especialmente en el grupo de edad de 5 a 11 años.
Es la primera vez que la Conferencia Mundial sobre la Erradicación del Trabajo Infantil se celebra en África, una región en la que el trabajo infantil es más elevado y los progresos son más lentos. La mayor parte del trabajo infantil en el continente -alrededor del 70%- se realiza en la agricultura, a menudo en entornos en los que los niños trabajan junto a sus familias.
La conferencia se basará en las cuatro Conferencias Mundiales anteriores, celebradas en Buenos Aires (2017), Brasilia (2013), La Haya (2010) y Oslo (1997), en las que se concienció sobre el problema, se evaluaron los avances, se movilizaron recursos y se estableció una dirección estratégica para el movimiento mundial contra el trabajo infantil.
Se espera que la conferencia concluya con un «Llamamiento a la Acción de Durban» que esbozará compromisos concretos para ampliar la acción para eliminar el trabajo infantil.
Este comunicado de prensa ha sido publicado por la Organización Internacional del Trabajo y el Gobierno de Sudáfrica.
Por: Orgaizació Internacional del Trabajo / Comunicado de prensa
El impacto de la emergencia sanitaria por la pandemia a nivel global frenó los avances logrados en el combate al trabajo infantil. El grupo de niñas y niños de entre 5 y 11 años que trabaja es el que más ha crecido en los últimos años.
Antes de la pandemia, de los conflictos internacionales que están perpetuando la crisis económica legada por la covid-19 y antes de los “considerables progresos en la lucha contra el trabajo infantil” había más de 160 millones de niñas, niños y adolescentes laborando en el mundo; la mitad lo hacía en actividades que podría dañarles física o emocionalmente. Este año la cifra podría crecer a 169 millones.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Unicef dieron a conocer este martes las últimas estimaciones para este renglón del mercado laboral y señalan que “sin estrategias de mitigación, el número de niños en situación de trabajo infantil podría aumentar en 8.9 millones para finales de 2022, debido, en gran parte, al aumento de la pobreza”.
Actualmente podríamos decir que uno de cada diez niños, niñas y adolescentes en el mundo aporta su fuerza de trabajo al mercado laboral. Fuerza de trabajo no debería ser una frase para la población más pequeña, pero es justamente el grupo de entre 5 y 11 años el que más ha crecido, la OIT apunta que entre 2016 y 2020 se sumaron a laborar más de 16.8 millones menores de este rango de edades.
“El trabajo infantil es una violación del derecho de todos los niños a disfrutar de su infancia y un reflejo patente del incumplimiento del deber más fundamental de los gobiernos de proteger a sus hijos”, señalan los organismos en el informe El papel de la protección social en la eliminación del trabajo infantil: Examen de datos empíricos y repercusiones políticas.
México es el segundo país de América Latina con más prevalencia de este problema, después de Brasil. Los resultados de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI), dados a conocer a finales de 2020, señalan que en 2019 había 3.3 millones de niñas, niños y adolescentes con una ocupación laboral. Dos millones de ellas y ellos hacían trabajos no permitidos para su edad.
“Una pensión rural no contributiva —en México— disminuyó la participación en la fuerza de trabajo de los niños de 12 a 17 años provenientes de los hogares más pobres”. Desafortunadamente ese programa fue suspendido por el gobierno federal, apunta el informe.
Sin embargo, la OIT destaca que el Programa de Apoyo Alimentario, implementado por la presente administración “redujo la prevalencia y la intensidad de la participación de los niños en las actividades económicas en los hogares de ingresos medios”.
Pandemia, regiones y factores
Al inicio de la pandemia, el descenso general de las actividades económicas también afectó el trabajo de los niños y las niñas. Pero luego, ante la disminución de ingresos en muchos hogares, muchas y muchos comenzaron a laborar, y quienes ya lo hacían antes de la crisis aumentaron sus jornadas tras el cierre de las escuelas, se destaca en el reporte.
A nivel mundial, se habían logrado “progresos considerables en la reducción del trabajo infantil en los dos últimos decenios”. De 2000 a 2020 la cifra se redujo de 245 millones de niños, niñas y adolescentes con una responsabilidad laboral, muchas veces sin salario y en condiciones peligrosas, a más de 160 millones. Es decir, la disminución fue 85.5 millones en 20 años.
Hasta 2016, el descenso había sido constante y amplio. Por ejemplo, en 2008 la cifra era de más de 215 millones y para 2012 llegó a 168 millones, lo que se traduce en 47 millones menos. Pero de 2016 a 2020, el año de la covid-19, la situación cambió y hubo un aumento “más de 8 millones, al pasar de 152 a 160 millones de niños, de los cuales 79 millones trabajaban en condiciones peligrosas”.
Por regiones, África sigue siendo el continente que, afectado por siglos de colonización, racialización, saqueo y pobreza, tiene la población infantil trabajadora más grande del mundo. Ahí, más de 92.2 millones de niños y niñas trabajan, o sea, el 22% del total de sus niñas, niños y adolescentes.
Asia y el Pacífico reporta 5.6 millones. Sin embargo, esa cifra representa el 49% de su población infantil y adolescente. América Latina y el Caribe tiene 8.2 millones —al menos 3.3 de ellos viven en México—, o sea, 6 por ciento.
En Latinoamérica y el Caribe la disminución de 6 millones de niñas y niños trabajando de 2008 a 2020 se debió, en gran parte, a “que la población infantil se redujo en 4.8 millones”, dice la OIT. Por el contraio, en Asia y el Pacífico aumentó su población infantil en 12.8 millones en el mismo perido y, a la par, evitó que casi 65 millones, de niñas y niños siguieran laborando.
Algunos factores que hacen prevalecer el trabajo infantil son la pobreza monetaria y multidimensional. La educación, o la no escolarización de los niños, también se vincula con el trabajo infantil. “Es esencial que las familias puedan permitirse enviar a sus hijos a la escuela, y que los hogares perciban que los beneficios de la escolarización son mayores” que el empleo para esa edad, destaca la OIT.
La informalidad es otro factor. “Aproximadamente 2,000 millones de trabajadores en todo el mundo” laboran de esa manera, lo que les conduce a “precariedad laboral extrema. Además, la informalidad laboral se traduce en un menor acceso a los regímenes de protección social contributivos y en una asistencia social poco precisa”.
Protección social, una vía para todas y todos
Contar con protección social “reduce la pobreza y la vulnerabilidad de las familias, disminuyendo así los principales factores que impulsan el trabajo infantil”, se señala en el reporte.
No obstante, la gran mayoría de las personas en México y el mundo labora sin protección social. A nivel global el 74.%, es decir, más 1,500 millones de niños, niñas y adolescentes de entre 0 y 14 años no reciben ninguna prestación familiar o infantil en efectivo. En nuestro país, 31.6 millones de personas o 56% de la población mayor de 15 años labora en la informalidad.
Por ello la OIT y Unicef recomiendan priorizar las prestaciones por hijos o hijas y ampliar la protección social a las personas trabajadoras de la economía informal y apoyarles para que transiten a la economía formal.
Los programas de protección social deben ser inclusivos y tener en cuenta el trabajo infantil y la inversión en ellos tiene que verse “como motor del desarrollo”.
Finalmente, “construir sistemas de protección social integrados”. Prestaciones adecuadas a lo largo de todo el ciclo vital, desde las infantiles y familiares, las de maternidad y desempleo hasta las pensiones de jubilación, así como la protección sanitaria.
La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, informó que mediante el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) se ha conseguido que mil 423 niñas, niños y adolescentes ya no ejerzan el trabajo infantil en la vía pública y Metro de la capital, mismos que son atendidos de manera integral con el fin de garantizar el acceso a sus derechos.
En el marco del Día Internacional del Niño y la Niña en Situación de Calle, la mandataria capitalina resaltó que los programas y acciones implementadas por el DIF local tienen como propósito brindar atención integral para la protección de los niños y niñas más vulnerables de la Ciudad de México, mediante una estrategia que permita garantizar sus derechos y ofrecerles alternativas de vida que permitan su desarrollo.
“El día de hoy es el Día del Niño y la Niña que viven en la calle, y para nosotros esto es algo que no debería ocurrir, todos los niños y niñas deben tener plenos derechos en nuestra ciudad.
Y, desde que entramos al Gobierno –es algo que no habíamos difundido–, hemos estado trabajando para evitar que niños y niñas tengan que trabajar en la calle, particularmente, un trabajo especial que se hizo en el Metro de la Ciudad de México”, expresó.
La directora general del DIF, Esthela Damián, explicó que la Estrategia de Atención al Trabajo Infantil inició en agosto de 2020 en el Metro: se identificaron 752 infantes realizando labores y, a la fecha, 593 ya no asisten y 159 son intermitentes; y en enero de 2021 comenzó en la vía pública, donde se identificaron mil 553 infantes realizando labores, a la fecha, 830 ya no asisten y 723 son intermitentes.
“La numeralia de ambos es mil 423 niñas, niños y adolescentes que ya no asisten en estos momentos al trabajo en calle o trabajo infantil (…) En el caso de la estrategia implementada en el Metro, hemos tenido un acompañamiento permanente de la Comisión de Derechos Humanos, ellos nos han ido observando cuando miran que tenemos que modificar, que sensibilizar; o sea, en todo momento estamos trabajando con ellos para ir delimitando o incluso, redefinir alguna parte de la estrategia”, apuntó.
Indicó que se continúa trabajando con las familias de las niñas y niños que asisten de manera intermitente a trabajar en la calle, ya que el objetivo es erradicar el trabajo infantil en la capital del país. Asimismo, dijo que, si las personas identifican algún caso de menores trabajando en una zona de la ciudad, puede llamar a los números 55-5605-7552 o 55-4323-9242 para dar seguimiento y atención a los infantes, por parte del DIF local.
Agregó que la Estrategia de Atención al Trabajo Infantil tiene el objetivo de evitar el trabajo infantil y adolescente en la Ciudad de México, a través de la atención integral, transversal, multifactorial e intersectorial, con perspectiva de derechos humanos y atendiendo lo que establecen diversos marcos normativos, entre ellos, la Ley General y Local de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
El Método de Atención cuando se detecta trabajo infantil en extrema pobreza de niñas, niños y adolescentes es el siguiente: Detección, traslado a oficinas- módulo del DIF, intervención del equipo multidisciplinario para detectar riesgos en niños, niñas y adolescentes, taller de buena confianza, otorgamiento de programas sociales y servicios, y seguimiento a los niños, niñas y adolescentes y su familia.
El Método de Atención cuando se detecta delito es el siguiente: Detección, conducta de probables delitos, traslado ante el Ministerio Público, valoración a familia de acogida extensa o ajena, otorgamiento de programas sociales y seguimiento a niños, niñas y adolescentes con su familia.
“Cuando nosotros detectamos extrema pobreza, hablamos con la familia y le explicamos que va a formar parte de esta estrategia, pero que nosotros requerimos su compromiso para que ya no lleve a la niña o al niño al trabajo de calle y, en ese momento, se comprueba que el niño está estudiando, se comprueba que el niño está en buenas condiciones de salud”, añadió. Mediante la estrategia se han atendido a un total de 2 mil 305 niños, niñas y adolescentes y a mil 50 núcleos familiares.
En este sentido, se han efectuado las siguientes acciones: existen 64 carpetas de investigación que involucra a 87 niños, niñas y adolescentes, 560 exhortos mediante carta compromiso a responsables de cuidados, 821 becas “Leona Vicario”, y 47 tutores fueron canalizados a Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (PILARES).
También se han otorgado 6 mil 45 apoyos alimentarios mensuales, 64 niños, niñas y adolescentes fueron vinculados con familia extensa o familia de origen, se efectuaron 186 canalizaciones interinstitucionales, mil 251 atenciones médicas y odontológicas, 289 canalizaciones a la Procuraduría de Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de México, 24 patrocinios jurídicos y 23 trámites de actas de nacimiento, 166 canalizaciones educativas.